Habitar las preguntas

Los desafíos de crear nuestro hábitat urbano desde la participación y el impacto en nuestra calidad de vida fue uno de los temas que cruzaron el encuentro con el arquitecto Alejandro Aravena, organizado por Qué Pasa y la Asociación Gremial de Empresas Eléctricas para celebrar el centenario de esta última.

Más que una charla o una oportunidad para escuchar a Alejandro Aravena tras la obtención del premio de arquitectura más importante del mundo, el Pritzker, el evento del pasado jueves 16 de junio fue una oportunidad para la reflexionar sobre el país en el que vivimos y estamos construyendo. Al celebrar su centenario, la Asociación Gremial de Empresas Eléctricas (EEAG) y revista Qué Pasa organizaron un encuentro con el celebrado arquitecto para imaginar cómo debe forjarse el Chile de los próximos 100 años desde la participación, la innovación y su impacto en la calidad de vida.

Parte de la conversación fue motivada por preguntas que un grupo de líderes de opinión grabaron en video para Aravena. Este es un extracto de ese intercambio.

María Teresa Ruiz, astrónoma y Premio Nacional de Ciencias:

—Uno ve que se construyen edificios públicos al precio más barato, y la belleza no tiene valor. ¿Cómo incluir la belleza como un valor en lo que es la arquitectura de Chile hoy?

—El primer tratado de arquitectura de la historia es romano, de hace dos mil años. Y el punto es que la arquitectura tenía que responder a la tríada de firmeza, utilidad y belleza. En la belleza entramos en problemas, porque es subjetivo, entonces lo que puede ser bello para unos, puede que no lo sea para otros. Pero la arquitectura les da forma a los lugares donde la gente vive. Podríamos decir: “Satisfaces todas las necesidades básicas y estamos listos”. Pero te podrían decir que eso no es vida. Es lo que vemos, por poner un ejemplo, en la periferia de Santiago. Hay agua potable, hay alcantarillado, hay un sentido de propiedad… pero el nivel de resentimiento y la sensación de que la vida es mala es muy real. Por lo tanto, hay que cubrir desde las necesidades básicas y tangibles hasta las más intangibles de la condición humana. Uno podría quizás generar alguna posibilidad en una comunidad de tener algo que hacer en esa determinación de la forma de ese lugar. Esto no es pasarles el lápiz; el proceso de participación es fundamental para identificar cuál es la pregunta. No tanto esperar de la gente cuál es la respuesta, sino que cuál es la verdadera pregunta que hay que contestar. Una ciudad se mide por lo que se puede hacer en ella gratis. Es la calle el lugar donde podrías mejorar la calidad de vida, y esa es la noción donde en la ciudad tú identificas la cantidad de proyectos que puede usar la ciudad como un atajo hacia la equidad.

Mario Orellana, dirigente social:

—¿Cómo reflexionas sobre la posibilidad de que las políticas públicas de vivienda y de colaboración tengan un grado de afectividad?

—No hay buena arquitectura sin un buen cliente. Parte del proyecto es que uno considere válidas las exigencias del otro lado. La participación no es tanto para obtener de la gente la respuesta, sino para identificar con precisión cuál es la pregunta. Lo primero que hacíamos en las reuniones en Renca era informar las restricciones. De qué estamos hablando, los recursos disponibles son estos, en el mejor de los casos se puede hacer esto. Preguntamos: ¿calefón o tina? No alcanza para los dos. Ustedes van a vivir en esa casa. ¿Calefón o tina? ¿Qué hubieran dicho ustedes? 99% de la gente dijo tina. Y la razón, y es de las cosas que a uno no se le olvidan más en la vida: no tenían plata para pagar el gas. El calefón no les habría servido. La tina, en cambio, la podían usar desde el día uno. En la tina yo puedo bañar al niño, te decían, puedo lavar ropa. Y ahí la relación que teníamos entre profesional y cliente era horizontal, ustedes sabían una cosa y nosotras otra. No porque hubiera votado el 95% que quería una casa de tal forma, y era una estupidez hacerla así, yo se las iba a hacer. Pero hay otras cosas donde yo no tengo idea: díganme ustedes qué vamos a colocar en la lista de prioridades. Ese es el tipo de relaciones horizontales que creo que son la clave en una política no sólo efectiva sino afectiva, porque lo que se termina generando es compartir conocimientos.

Iván Fuentes, diputado DC por Aysén:

—¿Cómo podemos generar una política arquitectónica profunda en el ámbito de la situación de discapacidad en las poblaciones que construimos?

—A veces en los problemas está la solución, en la escasez de recursos a veces está la solución para algo que uno diría que cuando seamos desarrollados vamos a poder hacernos cargo, como la discapacidad. La crítica histórica de la vivienda social es la incapacidad de reaccionar a la diversidad de las familias, de distinto tipo o preferencias, y que, por hacer economía de escala, terminaban haciendo todo igual. En Chile, como no había recursos suficientes para hacer esas viviendas sociales de 80 o 90 metros cuadrados, como en Europa o incluso Estados Unidos, hubo que hacer apenas una parte de las viviendas. Y en la incrementalidad en que esto tenía que completarse cuando los recursos del Estado no daban, porque si hacíamos viviendas de 80 metros, la mitad de la gente no iba a tener vivienda, y pasaban a engrosar esa masa amenazando tomarse los terrenos. Por lo tanto, esto es una ecuación en que hay que ser riguroso en analizar lo que está en juego. Dada la escasez de recursos, la incrementalidad fue una manera de no solamente hacerse cargo de recursos que no alcanzaban, sino que además terminó por resolver el problema de la monotonía, de que todo fuera igual. Un sistema de viviendas que se completaban con el tiempo fue una manera de poder adaptar a una realidad específica una vivienda que hubiera sido genérica.

Por revista Qué Pasa

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Prensa

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